lunes, 8 de septiembre de 2008

HAY MAS DE UN CAMINO


Jorge Gómez Barata

Hace poco un joven comentó en clases la etapa histórica conocida como postguerra y comparó la relampagueante reconstrucción de los países derrotados en la II Guerra Mundial, especialmente de Alemania y Japón, con los dilatados, angustiosos y fallidos esfuerzos desarrollistas de América Latina. ¿Por qué ellos pudieron y nosotros no?

Se trata, explicó el profesor, de procesos incomparables. En Europa la destrucción fue una cuestión exclusivamente material y circunstancial, mientras en América Latina el problema es perenne y de naturaleza estructural. En el Viejo Continente el proceso civilizatorio no quemó ninguna etapa y las relaciones, las instituciones y las prácticas que dieron lugar al modo de producción y a la superestructura jurídica y política, se desplegaron sucesivamente, a partir de necesidades propias y procesos endógenos.

Por el contrario, en América Latina no existen las estructuras sociales, sobre todo económicas y políticas que faciliten el desarrollo; la inversión extranjera asociada a políticas imperiales es tan depredadora como el saqueo colonial, no están presentes los incentivos que para el capital nacional representa el mercado interno, no se protegen las pequeñas y medianas empresas nativas y está ausente el ambiente de democracia y estabilidad necesarios para el florecimiento de las fuerzas productivas.

En nuestros países ─ comentó ─ el dominio oligárquico y la connivencia con los imperios europeos y norteamericanos, incluso antes de la introducción del neoliberalismo, convirtieron al Estado en una caricatura y lo encerraron en un círculo vicioso. Durante siglos no existieron argumentos convincentes para conceder más protagonismo respecto a la economía a estados corruptos e ineficaces, controlados por oligarquías antediluvianas, aunque sin esas atribuciones, difícilmente el Estado pueda cumplir la función de arbitrar entre los diferentes actores y asegurar el bien común.

El dominio fascista y militarista que convirtieron a las economías de Alemania y Japón en economías de guerra y los bombardeos aliados que redujeron a escombros sus principales centros industriales, destruyeron sus vías de comunicación, colapsaron los sistemas de servicios y redujeron a la pobreza a sus ciudadanos, no destruyeron la cultura ni la tradición productiva, no suprimieron la calificación de la fuerza de trabajo, no dañaron sensiblemente la disciplina del trabajo ni la eficiencia de la gestión ni la ocupación militar, liquidó al nacionalismo.

Ni siquiera decenas de planes como el Marshall podría reproducir en los países latinoamericanos los resultados que uno solo produjo en Europa donde, para la reconstrucción fue suficiente una inyección de capital y cierto respaldo tecnológico. En América Latina, el problema no se reduce a disponer de dinero, capital de inversión, créditos o ayudas para el desarrollo, sino de un fenómeno cualitativo, un cambio que comienza por desplazar del poder a las oligarquías nativas, modificar las constituciones y las reglas, crear un nuevo marco jurídico para el tratamiento al capital extranjero, poner fin a la exclusión, devolver el poder que le fue confiscado al pueblo y establecer una democracia participativa.

De no ocurrir los cambios estructurales asociados al rescate de los recursos naturales, la reestructuración de la propiedad de la tierra, la distribución equitativa del ingreso nacional, calificar al Estado para aplicar políticas públicas coherentes con los esfuerzos en materia de desarrollo, difícilmente puedan registrarse avances cualitativos y pudiera subsistir el círculo vicioso en que están atrapadas economías tan poderosas como la brasileña, argentina o mexicano, donde el crecimiento económico no logra vencer a la pobreza, convirtiéndose en una especie de: “Desarrollo del subdesarrollo”.

El punto de partida de los esfuerzos latinoamericanos por el desarrollo comienza por medidas políticas y sociales. Sin justicia social, inclusión y democracia, ningún programa de desarrollo tiene futuro. Si bien lo más importante son los liderazgos legítimos y las vanguardias esclarecidas, es vital reinventar el Estado realmente democrático y participativo, única entidad que convenientemente orientada es capaz de responder a los intereses de la sociedad en su conjunto y no a los de una parte de ella.
Nadie debe llamarse a engaño, el vertiginoso desarrollo de posguerra en Europa no es resultado de los veinte mil millones de dólares aportados por el plan Marshall, ni de la “mano invisible del mercado”, sino de la introducción de enfoques que asumieron elementos del socialismo, un estado de satisfacción de las necesidades del pueblo al que se puede llegar por más de un camino.

viernes, 9 de mayo de 2008

es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos...

¿ Lagañas, glaucoma, conjuntivitis, presbicia,
vista cansada, astigmatismo, nubes, cataratas,
una viga en el ojo, que sera lo que el purpurado padece?
http:aljazar.blogspot.com

jueves, 8 de mayo de 2008

El “Sumak Kawsay” (“Buen vivir”) y las cesuras del desarrollo

Pablo Dávalos

ALAI AMLATINA, 06/05/2008, Quito.- De todos los conceptos creados desde la positividad de la economía neoliberal, el concepto de crecimiento económico como base del desarrollo social es, de hecho, uno de los que más connotaciones simbólicas y políticas posee. Es un concepto hecho a la medida de las ilusiones y utopías del neoliberalismo y del capitalismo tardío. Con la misma fuerza que el creyente cree en la epifanía de la voluntad divina, el economista neoliberal, cree en las atribuciones y virtudes mágicas que tiene el crecimiento económico. Es una especie de doximancia en la que la sola enunciación del crecimiento económico se convertiría en taumaturgo de la realidad.

Esta noción del crecimiento económico recupera las necesidades políticas del neoliberalismo, y, para legitimarse, apela al concepto decimonónico e iluminista del “progreso”. En efecto, desde esta perspectiva el crecimiento económico sería otro símbolo de progreso y éste, por definición, no admite discusiones. De esta manera, el neoliberalismo pretende tejer una solución de continuidad histórica con el iluminismo y con las promesas emancipatorias de la modernidad. En la simbólica moderna, toda persona, o todo pueblo, al menos teóricamente, quiere progresar, quiere “salir adelante”; quiere “superarse”. Para el neoliberalismo, poner trabas al progreso es ser retardatario. Poner trabas al crecimiento es una aberración de los pueblos “atrasados” que, de forma imperativa, deben modernizarse. Oponerse al desarrollo, por tanto, es antihistórico. Estar en contra del crecimiento económico es síntoma y signo de oposición al cambio.

Pero el crecimiento económico, vale decir el desarrollo, por antonomasia es obra de los mercados y, a su vez, de las empresas privadas. La empresa privada (y en su forma más moderna: la corporación), gracias al discurso neoliberal del crecimiento económico se creen portadoras de una misión de trascendencia histórica: asegurar el cumplimiento de una de las promesas más caras de la modernidad capitalista: el progreso económico en condiciones de libertad individual.

En esta noción de crecimiento y desarrollo económico el discurso neoliberal crea un fetiche al cual rinde tributos, oraciones, y penitencias. El crecimiento económico, según la doctrina neoliberal, resolverá por sí solo los problemas de la pobreza, iniquidad, desempleo, falta de oportunidades, inversión, contaminación y degradación ecológica, etc.

El crecimiento económico se convierte en la parusía del capital. En el horizonte utópico hacia el cual necesariamente hay que llegar, a condición de que, obviamente, se dejen libres los mercados y que el Estado respete las reglas de juego del sector privado. En la teología del neoliberalismo, la parusía del crecimiento económico solo puede provenir de la mano invisible de los mercados. Gracias a esta noción de crecimiento económico, el neoliberalismo puede deconstruir aquellos modelos económicos y sociales que comprendían la intervención del Estado; y posicionar su proyecto político como un modelo de crecimiento por la vía de los mercados. El crecimiento económico, en las coordenadas teóricas y políticas del neoliberalismo, permite desarmar aquellas nociones de planificación social, de bienes públicos y solidaridades colectivas que formaron parte del debate político latinoamericano y mundial, antes de la “larga noche neoliberal”.

Ahora bien, la teoría del crecimiento económico por la vía de los mercados y como base del desarrollo, es una invención reciente. Su formulación como parte de las teorías del desarrollo y su reformulación como propuesta de mercados libres y competitivos como único espacio histórico posible del desarrollo económico, está relacionada con la contrarrevolución monetarista de Friedman y de la Escuela de Chicago, producida en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

En realidad, el crecimiento como dispositivo conceptual del desarrollo neoliberal, es un argumento vacío. En efecto, el crecimiento económico, strictu sensu, no existe. Lo que existe es la acumulación del capital, y el capital no es ni una cosa ni un conjunto de objetos, es una relación social mediada por la explotación y la reificación. La acumulación del capital implica, por definición, la ampliación de las fronteras de la explotación y de la enajenación humana. A más crecimiento, más acumulación de capital, y, por tanto, más explotación, más degradación, más enajenación.

El desarrollo basado en la noción neoliberal del crecimiento económico, es un discurso mentiroso y encubridor de las relaciones de poder que genera la acumulación del capital en su momento especulativo. El crecimiento económico como teleología (o como finalidad) social y fetichismo de la historia es un dispositivo simbólico y epistémico que tiene una función política: aquella de generar los consensos necesarios para posibilitar la acumulación del capital en su momento especulativo y neoliberal.

Tiene también una función histórica: aquella de cerrar los espacios de posibles humanos en las coordenadas de la economía y del mercado. El neoliberalismo es el fin de la historia moderna. No hay nada más allá del fin de la historia: las utopías desaparecen y las metanarraciones de la modernidad se fragmentan. En el mundo neoliberal se han cumplido con las promesas emancipatorias de libertad y progreso. Sin embargo, esa libertad y progreso son puestas en las perspectivas del mercado y la libre empresa, y el ser humano que mide a su condición humana en la reificación de las cosas, ya fue cuestionado por los filósofos marxistas de la Escuela de Frankfurt, además, el discurso del crecimiento económico ha sido objeto de un intenso cuestionamiento, desde Iván Illich, Arnold Naess, Herbert Marcuse, hasta Arturo Escobar y Serge Latouche, entre otros.

La colonización epistemológica producida por el discurso del crecimiento económico ha neutralizado la capacidad que tendría la humanidad en repensar las alternativas al capitalismo. Quizá es más difícil desaprender que aprender. Para salir de esta colonización, quizá sea necesario un largo trabajo de olvido sobre todo aquello que aprendimos a propósito del desarrollo y del crecimiento. Superar esta cesura epistémica es una de las tareas más complejas del presente porque la razón siempre es autorreferencial, y la analítica del crecimiento económico ha hundido sus raíces en la episteme moderna incluida en sus propuestas emancipatorias.

Todos estos procesos no pueden mantenerse sin la utilización estratégica de la violencia. El libre mercado necesita de la violencia como la vida necesita del oxígeno. A más libre mercado más violencia. Todas las reformas neoliberales del crecimiento económico han sido impuestas y se mantienen desde la violencia. La violencia asume el formato de la política como una extensión de la guerra, y ésta como una condición hobbesiana de existencia. El desarrollo y el crecimiento económico fragmentan al hombre de su sociedad y lo inscriben en una relación marcada, precisamente, por la violencia. La libertad de los mercados implica cárceles, persecución, terrorismo de Estado, torturas, genocidios, impunidad. El crecimiento económico es violento por naturaleza. Generar violencia y administrarla políticamente, bajo una cobertura de democracia, ha sido uno de los desafíos más importantes del neoliberalismo. El concepto neoliberal que permitió la domesticación de la política, incluido el sometimiento de la democracia a las coordenadas del mercado, ha sido aquel del Estado social de derecho.

Está en juego la pervivencia del hombre sobre la Tierra. El discurso neoliberal del desarrollo basado en el crecimiento económico no puede tener una segunda oportunidad. Si se la damos quizá sea demasiado tarde para nuestro futuro. Su legado de destrucción ambiental, degradación humana, violencia social, colonización de las conciencias, terrorismo de Estado, genocidios, expulsión de pueblos enteros, guetización, entre otros aspectos, hacen imperativo (casi como los imperativos morales de Kant), que busquemos alternativas al desarrollo en su conjunto.

El Presidente boliviano Evo Morales, indígena de procedencia aymara, ha dicho que hay que pensar en superar al capitalismo como sistema social e histórico. Los indígenas del Ecuador, a inicios de los noventa, y en la línea de repensar las alternativas al capitalismo como sistema, produjeron uno de los conceptos políticos más complejos de la era presente: el Estado Plurinacional, que obliga a reconsiderar los contenidos que fundamentan al contrato social y a la sociedad en su conjunto. Los zapatistas mexicanos desafiaron a las tradicionales teorías del poder cuando expresaron su mandato político como: “mandar obedeciendo”.

Son los mismos indígenas de Bolivia, Ecuador, y Perú, los que ahora proponen un concepto nuevo para entender el relacionamiento del hombre con la naturaleza, con la historia, con la sociedad, con la democracia. Un concepto que propone cerrar las cesuras abiertas por el concepto neoliberal del desarrollo y el crecimiento económico. Han propuesto el “sumak kawsay”, el “buen vivir”.

Es probable que la academia oficial, sobre todo aquella del norte, sonría condescendiente, en el caso de que logre visibilizar al concepto del buen vivir, y que lo considere como un hecho anecdótico de la política latinoamericana. Sin embargo, es al momento la única alternativa al discurso neoliberal del desarrollo y el crecimiento económico, porque la noción del sumak kawsay es la posibilidad de vincular al hombre con la naturaleza desde una visión de respeto, porque es la oportunidad de devolverle la ética a la convivencia humana, porque es necesario un nuevo contrato social en el que puedan convivir la unidad en la diversidad, porque es la oportunidad de oponerse la violencia del sistema.

Sumak kawsay es la expresión de una forma ancestral de ser y estar en el mundo. El “buen vivir” expresa, refiere y concuerda con aquellas demandas de “décroissance” de Latouche, de “convivialidad” de Iván Ilich, de “ecología profunda” de Arnold Naes. El “buen vivir” también recoge las propuestas de descolonización de Aníbal Quijano, de Boaventura de Souza Santos, de Edgardo Lander, entre otros. El “buen vivir”, es otro de los aportes de los pueblos indígenas del Abya Yala, a los pueblos del mundo, y es parte de su largo camino en la lucha por la descolonización de la vida, de la historia, y del futuro.

Es probable que el Sumak Kawsay sea tan invisibilizado (o lo que es peor, convertido en estudio cultural o estudio de área), como lo fue (y es) el concepto del Estado Plurinacional. Mas, en la prosa del mundo, en su signatura de colores variados como el arcoiris, en su tejido con las hebras de la humana condición, esa palabra, esa noción del “buen vivir”, ha empezado su recorrido. En los debates sobre la nueva Constitución ecuatoriana, junto a los derechos de la naturaleza y el Estado Plurinacional, ahora se ha propuesto el Sumak Kawsay como nuevo deber-ser del Estado Plurinacional y la sociedad intercultural. Es la primera vez que una noción que expresa una práctica de convivencia ancestral respetuosa con la naturaleza, con las sociedades y con los seres humanos, cobra carta de naturalización en el debate político y se inscribe con fuerza en el horizonte de posibilidades humanas.

- Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.

Texto completo en:
http://alainet.org/active/23920

Cómo derechizar a un izquierdista

Frei Betto

Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social.

Ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.

Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como ‘enfermedad infantil del comunismo’- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas…

El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo. Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos. Entonces el izquierdista se acerca a los pobres, no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla. Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!

Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular.

Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia. No hace autocrítica. Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios.

Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.

Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del ‘molestón’. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia.

¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí…).

Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia’. Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.

Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de acertar sin ellos”.

- Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del Poder”, entre otros libros.

viernes, 25 de abril de 2008

vientos del pueblo - miguel hernández


Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.



Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantán
y al mismo tiempo castigan
con su clamarosa zarpa.


No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.

...


http://www.los-poetas.com/a/miguel1.htm

martes, 22 de abril de 2008

decálogo para hablar mal de Hugo Chávez

AUTOR: Emir SADER
Traducido por Àlex Tarradellas

Recordatorio colgado en frente de los periodistas de los medios de comunicación oligárquicos:


1. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque recupera el papel del estado, descalificado y enterrado por nosotros hace tiempo.
2. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque se nombra antiimperialista y ése es un tema hace tiempo prohibido en los medios de comunicación.
3. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque funda un nuevo partido, cuando martillamos todos los días que todos los partidos son iguales, que son negativos, que siempre reflejan intereses de grupitos.
4. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque recupera el papel de la política cuando todo el trabajo cotidiano de los medios es para decir que la política es irrecuperable, que sólo vale la pena la economía.
5. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque vende petróleo subsidiado a los países que no pueden pagar el precio del mercado -inclusive a pobres de los Estados Unidos-, lo que evidentemente hiere las leyes del mercado, por lo cual tanto velan los medios de comunicación.
6. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque es un mal ejemplo para los militares, que sólo deben intervenir en la política cuando sea necesario un golpe militar y nunca para defender los intereses de cada nación
7. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque ataca a los medios de comunicación privados y fortalece los medios públicos. Porque ha acabado con el analfabetismo en Venezuela, tema sobre el cual debemos callarnos. Porque va a disminuir la jornada de trabajo en 2010 a 6 horas y ese tema es odiado por los patronos.
8. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque así me identifico con los intereses del dueño del medio de comunicación donde trabajo, garantizo el empleo, fortalezco los partidos y las empresas aliadas del patrono.
9. Debo hablar mal de Hugo Chávez porque hace que se vuelva a hablar del socialismo, después del trabajo que nos dio tratar de enterrar ese sistema, enemigo del capitalismo, al que estamos profundamente integrados.
10. Debo hablar mal de Hugo Chávez (y de Evo Morales y de Lula y de todos los no blancos), si no ellos van a querer dirigir los países, los periódicos, las televisiones, las empresas, el mundo. Será nuestro fin.

lunes, 21 de abril de 2008

martes, 15 de abril de 2008

encuentre las diferencias



cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

lunes, 7 de abril de 2008

diez consejos para los militantes de izquierda


Frei BETTO

1. Mantenga viva la indignación.
Verifique periódicamente si usted es realmente de izquierda. Adopte el criterio de Norberto Bobbio: la direcha considera la desigualdad social tan natural como la diferencia entre el día y la noche. La izquierda, por el contrario la encara como una aberración a erradicar.
Cuidado: usted puede estar contaminado por el virus socialdemócrata, cuyo principal síntoma es utilizar métodos de derecha para obetener conquistas de izquierda y, en caso de conflicto, desagradar a los pequeños para no quedar mal con los grandes.

2. La cabeza piensa donde pisan los pies.
No es posible ser de izquierda sin mancharse los zapatos allá donde el pueblo vive, lucha, sufre, se alegra y celebra sus creencias y sus victorias. Teoría sin práctica es hacerle el juego a la derecha.

3. No se avergüence de creer en el socialismo.
El escándalo de la Inquisición no hace que los cristianos abandonen los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el Este europeo no debe llevarle a usted a desterrar el socialismo del horizonte de la historia humana.
El capitalismo, que está en vigor hace ya 200 años, ha fracasado para la mayoría de la población mundial. Hoy somos 6 mil millones de habitantes. Según el Banco Mundial, 2.800 millones sobreviven con memos de 2 dólares por día, y 1.200 millones con menos de un dolar por día. La globalización de la miseria no es mayor gracias al socialismo chino, que, a pesar de sus errores, asegura alimentación, salud y educación a 1.200 millones de personas.

4. Sea crítico sin perder la autocrítica
Muchos militantes de izquierda cambian de lado cuando empiezan a buscar tres pies al gato. Marginados por el poder, se vuelven amargados, y acusan a sus compañeros/as de errores y vacilaciones. Como dice Jesús, ven la paja en el ojo del otro, y no la viga en el suyo. Ni se comprometen para mejorar las cosas. Se quedan como meros espectadores y jueces, y, poco a poco, son cooptados por el sistema.
La autocrítica no consiste sólo en admitir los propios errores, sino admitir ser criticado por los/as compañeros/as.

5. Sepa diferenciar entre militante y "militonto".
Militonto es aquel que presume de estar en todo, participar en todos los actos y movimientos, actuar en todos los frentes. Su lenguaje está lleno de las grandes palabras y los efectos de su acción son superficiales.
El militante profundiza sus vínculos con el pueblo, estudia, reflexiona, medita; se cualifica en una determinada forma y área de actuación o actividad, valora sus vínculos orgánicos y los proyectos comunitarios.

6. Sea riguroso en la ética de la militancia
La izquierda actúa por principios. La derecha, por intereses. Un militante de izquierda puede perder todo -la libertad, el trabajo, la vida…- menos la moral. Sin moral, desmoraliza la causa que defiende y encarna, y presta un inestimable servicio a la derecha.
Hay tipos amarillos disfrazados de militantes de izquierda. Es el sujeto que se compromete teniendo en vista sobre todo su ascenso hacia el poder. En nombre de una causa colectiva, busca en realidad su interés personal.
El verdadero militante -como Jesús, Gandhi, Che Guevara- es un servidor, dispuesto a dar la propia vida para que otros tengan vida. No se siente humillado por no estar en el poder, ni orgulloso por estarlo. El no se confunde a sí mismo con la función que ocupa.

7. Aliméntese con la tradición de la izquierda.
Es preciso oración para cultivar la fe, cariño para nutrir el amor de la pareja, y "volver a las fuentes" para mantener encendida la mística de la militancia. Conozca la historia de la izquierda, lea (auto)biografías como el "Diario del Che en Bolivia", y novelas como "La Madre" de Gorki, o "Las uvas de la ira" de Steinbeck.

8. Prefiera el riesgo de equivocarse con los pobres, a la pretensión de acertar sin ellos.
Convivir con los pobres no es fácil. Primero suele darse una tendencia a idealizarlos. Luego se descubre que entre ellos se dan los mismos vicios que en las demás capas sociales. Ellos no son mejores ni peores que los demás seres humanos. La diferencia es que son pobres, o sea, personas privadas injusta e involuntariamente de los bienes esenciales de la vida digna. Por eso es por lo que estamos a su lado. Por una cuestión de justicia.
Un militante de izquierda jamás negocia los derechos de los pobres y sabe aprender con ellos.

9. Defienda siempre al oprimido, aunque aparentemente no tenga razón.
Son tantos los sufrimientos de los pobres del mundo que no se puede esperar de ellos actitudes que tampoco siempre aparecen en la vida de quienes tuvieron una educación refinada.
En todos los sectores de la sociedad hay gente corrompida y bandidos. La diferencia es que, en la élite, la corrupción se hace con la protección de la ley y los bandidos son defendidos mediante mecanismos económicos sofisticados, que permiten que un especulador lleve una nación entera a la ruina.
La vida es el don mayor de Dios. La existencia de la pobreza clama al cielo. No espere jamás ser comprendido por quien favorece la opresión de los pobres.

10. Haga de la oración un antídoto contra la alienación.
Orar es dejarse cuestionar por el Espíritu de Dios. Muchas veces dejamos de rezar para no oír el llamado divino que exige nuestra conversión, o sea, el cambio de rumbo en la vida. Hablamos como militantes y vivimos como burgueses, acomodados, o en la fácil pósición de jueces de quien lucha.
Orar es permitir que Dios subvierta nuestra existencia, enseñándonos a amar como Jesús amaba, liberadoramentte.

Frei Betto é escritor, autor de la novela "Entre todos los hombres"(Editorial Caminos, La Habana), entre otros libros

viernes, 4 de abril de 2008

un solo país


que levanten las manos los que quieren la unidad de país